" A woman needs ropes and ropes of pearls"
Cocó Chanel
Una vez leí en un periódico local que las mujeres uruguayas tenían que librarse de las clásicas perlitas en las orejas. Lo pensé por un rato y hasta coincidí con ese imperativo. Si mirás bien, el 70% de las mujeres uruguayas, sin distinción de edad, aunque sí quizá de nivel socioeconómico lleva las perlitas como parte de su cuerpo. Van a bailar, van a la playa, a tomar el té, a las fiestas, a las reuniones, a la facultad y todo con su par de perlas. A menudo son más que dos: las combinan con dijes, collares o pulseras de igual orígen. Me harté de pensar en la cantidad de uruguayas que llevan perlas, en sus diferentes tamaños y colores, según determine el tipo de ostra que las genera.
Pasaron los días y revolviendo en mi joyero (cosa que hago más a menudo para reírme de ornamentos que llegué a usar en tiempos pasados y no necesariamente por necesidad) encontré ese par inigualable: lo clásico, fino y elegante; lo casual, cómodo y sencillo, todo en dos piezas. Y me percaté de que a lo mejor las perlas son todas iguales, pero a cada mujer les dan un toque distinto.
El valor de afrontar la vorágine de la moda sin tentempiés y de llevar las perlas a través de los siglos de los siglos no es poca cosa. Por algo, aún cuando las perlas están intensamente de moda permanecen invictas incluso después del ocaso de las temporadas.
Es la cualidad que da un accesorio que te hace sentir princesa y niña, femenina y madura.
En este caso, me animo a decir que las perlas no funcionan sólo porque "todas las usan". Es una experiencia personal, que identifica y da prestigio a quien las usa.
Para aficionados: hay una enormidad de tipos de perlas de cultivo, como por ejemplo:
las perlas japonesas Akoya, que tuvieron su auge en la década del 50; las perlas de agua dulce producidas en China y de forma más alargada son una variedad menos costosa; perlas La Peregrina, un verdadero tesoro encontrado en las costas de Panamá en el siglo XVI, de las que fue poseedor el rey Felipe II de España o la familia Bonaparte; las perlas Keshi, que son curiosamente desechos de las ostras que no logran formar la perla en su totalidad; las tahitianas, de colores y tamaños extravagantes, entre otras.
Por último las perlas que se encuentran en estado salvaje son dificilísimas de encontrar, claro está (de tres toneladas de ostras que se extraen del mar, sólo se obtienen tres o cuatro perlas). En conclusión, las mujeres que usamos perlas perseguimos las réplicas perfectas de lo improbable y nos encanta que así sea.